domingo, 12 de octubre de 2014

PATRICK MODIANO, PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2014


Queridos amigos:

En esta ocasión me gustaría que compartiéramos la celebración del Premio Nobel de Literatura 2014, otorgado a Patrick Modiano.


Patrick Modiano, Premio Nobel de Literatura 2014


Las novelas del escritor francés Modiano son de una intensidad arrebatadora, de las que dejan el espíritu hambriento de memoria y el corazón ávido de justicia poética. Así, el novelista relata en muchas de sus novelas el paisaje negro de la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial o el régimen neonazi de Vichy.



Hugo Lugo


Escalofriante es su novela Dora Bruder, que refleja la historia real de una muchacha de 15 años que se había fugado de un colegio de monjas. Precisamente la pericipecia narrativa se basa en el anuncio desesperado por parte de los padres de Dora el 31 de diciembre de 1941 en el periódico Paris-Soir que buscan a su hija. Nueve meses después el nombre de Dora aparece en la lista de los deportados a Auschwitz. 





De ayer a hoy. Con el paso de los años las perspectivas se vuelven borrosas, los inviernos se mezclan unos con otros. El de 1965 y el de 1942. En 1965 no sabía nada de Dora Bruder. Pero hoy, treinta años después, mis largas esperas en los cafés del cruce Ornano, mis itinerarios, siempre los mismos —recorría la calle Mont-Cenis hasta alcanzar los hoteles de Butte-Montmartre: el hotel Roma, el Alsina o el Terrass, en la calle Caulaincourt—, y todas las impresiones fugaces que conservo: una noche de primavera en que se oía hablar en voz alta bajo los árboles del parque Clignancourt, y de nuevo el invierno, a medida que bajaba hacia Simplon y el bulevar Ornano, nada de eso me parecía debido simplemente al azar. Quizá, sin tener todavía una conciencia clara, andaba tras la pista de Dora Bruder y de sus padres. Estaban ya allí, en filigrana.


                                                        Fragmento de Dora Bruder



Jordan Sokol


El lugar de la estrella, la primera novela de la trilogía de la ocupación, sugiere en su título la actual plaza parisina Charles de Gaulle, la que fuera la mítica Plaza de la Estrella del Distrito VIII, al mismo tiempo que evoca en el juego de palabras, el lugar del pecho cercano al corazón donde los judíos debían llevar la estrella de seis puntos. Y relata la locura compartida de un periodo negro como supuso la Francia ocupada. La falta de escrúpulos campa por sus respetos en un campo de cultivo antisemita. El relato con semejante telón de fondo nos golpea duramente.



Guillermo Muñoz Vera


Acabo de conocer a Tania Arcisewska, una judía polaca. Esa joven se autodestruye despacio, sin convulsiones, sin gritos, como si fuera algo que cae por su propio peso. Utiliza una jeringuilla de Pravaz para pincharse en el brazo izquierdo.
 
 
Halim Celiker


–Tania tiene en usted una influencia nefasta –me dice Maurice–. Más bien debería escoger a una aria jovencita y cariñosa que le cante nanas del terruño.
Tania me canta la Oración por los muertos de Auschwitz.

 
Katarina Vavrova


Me despierta en plena noche y me enseña el número de matrícula indeleble que tiene en el hombro.

 
Lynn Davison


–¡Mire lo que me hicieron, Raphaël, mire! Va a trompicones a la ventana. Por los muelles del Ródano desfilan unos batallones negros que se agrupan ante el hotel con admirable disciplina.

 
Caroline Elkington


–¡Fíjese bien en todos esos SS, Raphaël! ¡Hay tres policías con abrigo de cuero ahí, a la izquierda! ¡La Gestapo, Raphaël! ¡Van hacia la puerta del hotel! ¡Nos buscan! ¡Van a volvernos a llevar al redil!


Hugo Lugo


Me apresuro a tranquilizarla. Tengo amigos muy bien situados. No me conformo con zánganos colaboracionistas de París. Tuteo a Goering; a Hess, a Goebbels y a Heydrich les parezco muy simpático. Estando conmigo no corre ningún peligro. Los policías no le tocarán ni un pelo. Si se ponen cabezotas, les enseñaré mis condecoraciones.

Caroline Elkington


Una mañana, aprovechando que no estoy, Tania se corta las venas. Y eso que tengo buen cuidado de esconder mis cuchillas de afeitar, porque noto un vértigo curioso cuando me tropieza la mirada con esos menudos objetos metálicos: me entran ganas de tragármelos.


Lynn Davison

 
A la mañana siguiente me interroga un inspector que viene exprofeso de París. El inspector La Clayette, si no estoy equivocado. A la mujer que respondía al nombre de Tania Arcisewska, me dice, la buscaba la policía francesa. Tráfico y consumo de estupefacientes. De esos forasteros puede uno esperárselo todo. De esos judíos. De esos delincuentes Mittel-Europa. ¡Pero bueno, muerta está, y más vale así!
La diligencia del inspector La Clayette y el gran interés que demuestra por mi amiga me extrañan: debe de haber sido de la Gestapo.


Sherry Lee Short

 
He conservado, en recuerdo de Tania, su colección de títeres: los personajes de la commedia dell’arte, Karagöz, Pinocho, Guiñol, el Judío Errante, la Sonámbula. Los colocó a su alrededor antes de matarse. Creo que fueron sus únicos compañeros. De todos esos títeres, prefiero a la Sonámbula, con los brazos estirados hacia adelante y los párpados cerrados. Tania, perdida en una pesadilla de alambradas y torres de vigilancia, se le parecía.

     Fragmento de El lugar de la estrella (Trilogía de la ocupación)




Halim Celiker


En Calle de las tiendas oscuras, asistimos sin duda, a uno de los fantasmas más arraigados en Modiano: la fragilidad de la memoria. A través de un novela negra y la perdida de la memoria de su protagonista, Modiano le hace frente a uno de sus temas más obsesivos: la búsqueda de la verdadera identidad.
 
Hendry Art

Guy Roland ha olvidado su pasado, hasta tal punto de que su nombre no es su verdadero nombre. Ha trabajado durante ocho años en la agencia de detectives del barón Constantin von Hutte, que se acaba de jubilar. Entonces comienza el periplo hacia su yo desconocido.

Disfrutemos de este fragmento:

En la puerta seguía la placa rectangular de mármol negro en donde ponía, en letras doradas con purpurina:
 

C.M. HUTTE
Investigaciones privadas
 
–Se queda donde está –me dijo Hutte.
Y, luego, echó la llave.
 
Fuimos por la avenida de Niel hasta la plaza de Pereire. Era de noche y, aunque estaba empezando el invierno, el aire era tibio. En la plaza de Pereire nos sentamos en la terraza de Les Hortensias. A Hutte le gustaba este café porque las sillas eran de rejilla, «como las de antes».

–¿Y usted qué va a hacer, Guy? –me preguntó tras tomar un sorbo de coñac con agua.
–¿Yo? Estoy siguiendo una pista.
–¿Una pista?
–Sí. Una pista de mi pasado.
Dije esa frase con un tono pomposo que lo hizo sonreír.


Dasa Hrickova


–Siempre he creído que algún día recuperaría su pasado.
Esto lo dijo con acento muy serio; y me conmovió.
–Aunque, mire, Guy, me pregunto si realmente merece la pena.
Se quedó callado. ¿En qué pensaba? ¿En su propio pasado?

 
Patrick Michael Lee


–Tome una llave de la Agencia. Puede ir por allí de vez en cuando. Me gustaría que fuera.
Me alargó una llave que me metí en el bolsillo del pantalón.
–Y llámeme por teléfono a Niza. Téngame al corriente... en lo que tenga que ver con su pasado...


Larry Charles


Se puso de pie y me dio la mano.
–¿Quiere que lo acompañe a la estación?
–No, no... Resulta tan triste...
Salió del café de una única zancada, evitando mirar hacia atrás, y noté una sensación de vacío. Aquel hombre había sido importantísimo para mí. Sin él, sin su ayuda, me pregunto qué habría sido de mí hace diez años, cuando me quedé amnésico de repente e iba a tientas por la niebla. Lo conmovió mi caso y, gracias a toda la gente que conocía, me proporcionó incluso un estado civil.
–Mire –me dijo, abriendo un sobre grande en el que había un carnet de identidad y un pasaporte–. Ahora se llama usted «Guy Roland».


Dasa Hrickova

Y aquel detective al que había ido a hacer una consulta para que usara su pericia en buscar testigos o trazas de mi pasado, añadió:

–Mi querido «Guy Roland», a partir de ahora no vuelva a mirar atrás y piense en el presente y en el futuro.
Le propongo que trabaje conmigo... Le caía bien porque –me enteré más adelante– él también había perdido sus propias huellas y toda una parte de su vida naufragó de golpe, sin que quedase ni el mínimo hilo conductor, ni el mínimo vínculo que hubiera podido relacionarlo con el pasado. 


Rupert Alexander


Pues ¿qué había en común entre ese anciano exhausto a quien veía alejarse en la oscuridad de la noche, con aquel abrigo raído y aquella cartera negra abultada y el jugador de tenis de antaño, el apuesto y rubio barón báltico Constantin von Hutte?


                                   Fragmento de  Calle de las tiendas oscuras



Modiano es además un amante del cine. Así, escribe junto a Louis Malle el guión de Lacombe Lucien (Premio BAFTA), estrenada en 1974 y dirigida por el propio Malle. La película, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, relata la historia de un joven campesino cuyo padre ha caído prisionero en Alemania. Cuando Lucien intenta ingresar en la Resistencia y no se lo permiten, acaba formando parte de la policía alemana. 





                                 Escenas de Lacombe Lucien



Escribe también el guión de Una juventud, basado en su novela homónica y estrenada en 1983. Guioniza, asimismo: Les fils de Gascogne, estrenada en 1995 y Bon voyage, estrenada en 2003.

Otras obras suyas han sido adaptadas al cine, como: Villa triste, llevada al cine como El perfume de Yvonne, en 1994. 


                          
                                  Trailer de el perfume de Yvonne



Te quiero, basada en Domingos de agosto, estrenada en 2001 y Charell basada en Tan buenos chicos y estrenada en 2006.




                Modiano sorprendido por la concesión del Nobel



Espero que disfrutéis de este repaso a la obra de Modiano. Un beso.


...



4 comentarios:

  1. Vivir es obstinarse en consumar un recuerdo
    Gracias Elena por tu dedicación
    Bonito blog
    Marisa 2 H

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    1. Querida Marisa:

      Preciosa reflexión la que haces sobre la vida y la memoria, poética y escalofriante.
      Para ti por tu interés y tu cariño, este extraordinario poema de Pedro Salinas, el gran poeta de la generacion del 27, y dice así:

      "Hoy son las manos la memoria.
      El alma no se acuerda, está dolida
      de tanto recordar. Pero en las manos
      queda el recuerdo de lo que han tenido.

      Recuerdo de una piedra
      que hubo junto a un arroyo
      y que cogimos distraídamente
      sin darnos cuenta de nuestra ventura.
      Pero su peso áspero,
      sentir nos hace que por fin cogimos
      el fruto más hermoso de los tiempos.
      A tiempo sabe
      el peso de una piedra entre las manos.
      En una piedra está
      la paciencia del mundo, madurada despacio.
      Incalculable suma
      de días y de noches, sol y agua
      la que costó esta forma torpe y dura
      que acariciar no sabe y acompaña
      tan sólo con su peso, oscuramente.
      Se estuvo siempre quieta,
      sin buscar, encerrada,
      en una voluntad densa y constante
      de no volar como la mariposa,
      de no ser bella, como el lirio,
      para salvar de envidias su pureza.
      ¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles
      libélulas se han muerto, allí, a su lado
      por correr tanto hacia la primavera!
      Ella supo esperar sin pedir nada
      más que la eternidad de su ser puro.
      Por renunciar al pétalo, y al vuelo,
      está viva y me enseña
      que un amor debe estarse quizá quieto, muy quieto,
      soltar las falsas alas de la prisa,
      y derrotar así su propia muerte.

      También recuerdan ellas, mis manos,
      haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
      Nada más misterioso en este mundo.
      Los dedos reconocen los cabellos
      lentamente, uno a uno, como hojas
      de calendario: son recuerdos
      de otros tantos, también innumerables
      días felices
      dóciles al amor que los revive.
      Pero al palpar la forma inexorable
      que detrás de la carne nos resiste
      las palmas ya se quedan ciegas.
      No son caricias, no, lo que repiten
      pasando y repasando sobre el hueso:
      son preguntas sin fin, son infinitas
      angustias hechas tactos ardorosos.
      Y nada les contesta: una sospecha
      de que todo se escapa y se nos huye
      cuando entre nuestras manos lo oprimimos
      nos sube del calor de aquella frente.
      La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta?
      El peso en nuestras manos lo insinúa,
      los dedos se lo creen,
      y quieren convencerse: palpan, palpan.
      Pero una voz oscura tras la frente,
      —¿nuestra frente o la suya?—
      nos dice que el misterio más lejano,
      porque está allí tan cerca, no se toca
      con la carne mortal con que buscamos
      allí, en la punta de los dedos,
      la presencia invisible.
      Teniendo una cabeza así cogida
      nada se sabe, nada,
      sino que está el futuro decidiendo
      o nuestra vida o nuestra muerte
      tras esas pobres manos engañadas
      por la hermosura de lo que sostienen.
      Entre unas manos ciegas
      que no pueden saber. Cuya fe única
      está en ser buenas, en hacer caricias
      sin casarse, por ver si así se ganan
      cuando ya la cabeza amada vuelva
      a vivir otra vez sobre sus hombros,
      y parezca que nada les queda entre las palmas,
      el triunfo de no estar nunca vacías."

      Espero que te guste. Muchas gracias, bienvenida al blog y hasta pronto. Un beso.

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  2. Gracias, Elena por permitirme la entrada a tu reconfortante blog y compartir conmigo este bello poema, después de un duro día, que mejor momento que leer algo así.
    Antes de recordar a becquer, intentare leer !La regenta!. Alguien despertó en mi la curiosidad.
    Un beso y gracias de nuevo

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    1. Querida Marisa:

      Muchas gracias a ti por compartir con nosotros tus sensaciones con las lecturas y el interés que te han suscitado algunos títulos. Es un privilegio tenerte por aquí, contar con tu calor y tu refinado gusto por la literatura.

      Bueno, pues para ti, este fragmentito de nuestra amiga, claro, "La Regenta", ahí va:

      "Ana sintió que un pie de don Álvaro rozaba el suyo y a veces lo apretaba. No recordaba en qué momento había empezado aquel contacto; mas cuando puso en él la atención sintió un miedo parecido al del ataque nervioso más violento, pero mezclado con un placer material tan intenso, que no lo recordaba igual en su vida. El miedo, el terror era como el de aquella noche en que vio a Mesía pasar por la calle de la Traslacerca, junto a la verja del parque; pero el placer era nuevo, nuevo en absoluto y tan fuerte, que le ataba como con cadenas de hierro a lo que ella ya estaba juzgando crimen, caída, perdición.

      Don Álvaro habló de amor disimuladamente, con una melancolía bonachona, familiar, con una pasión dulce, suave, insinuante... Recordó mil incidentes sin importancia ostensible que Ana recordaba también. Ella no hablaba pero oía. Los pies también seguían su diálogo; diálogo poético sin duda, a pesar de la piel de becerro, porque la intensidad de la sensación engrandecía la humildad prosaica del contacto.

      Cuando Ana tuvo fuerza para separar todo su cuerpo de aquel placer del roce ligero con don Álvaro, otro peligro mayor se presentó en seguida: se oía a lo lejos la música del salón.

      -¡A bailar, a bailar! -gritaron Paco, Edelmira, Obdulia y Ronzal.

      Para Trabuco era el paraíso aquel baile que él llamó clandestino, allí, entre los mejores, lejos del vulgo de la clase media...

      Se entreabrió la puerta para oír mejor la música, se separó la mesa hacia un rincón, y apretándose unas a otras las parejas, sin poder moverse del sitio que tomaban, se empezó aquel baile improvisado.

      Don Víctor gritó:

      -Ana ¡a bailar! Álvaro, cójala usted...

      No, quería abdicar su dictadura el buen Quintanar; don Álvaro ofreció el brazo a la Regenta que buscó valor para negarse y no lo encontró.

      Ana había olvidado casi la polka; Mesía la llevaba como en el aire, como en un rapto; sintió que aquel cuerpo macizo, ardiente, de curvas dulces, temblaba en sus brazos.

      Ana callaba, no veía, no oía, no hacía más que sentir un placer que parecía fuego; aquel gozo intenso, irresistible, la espantaba; se dejaba llevar como cuerpo muerto, como en una catástrofe; se le figuraba que dentro de ella se había roto algo, la virtud, la fe, la vergüenza; estaba perdida, pensaba vagamente...

      El presidente del Casino en tanto, acariciando con el deseo aquel tesoro de belleza material que tenía en los brazos, pensaba... «¡Es mía! ¡ese Magistral debe de ser un cobarde! Es mía... Este es el primer abrazo de que ha gozado esta pobre mujer». ¡Ay sí, era un abrazo disimulado, hipócrita, diplomático, pero un abrazo para Anita! ".

      Una de las más grandes novelas jamás escritas y es nuestra, ¡casi nada! Espero que me perdones por no revelar nada sobre el desenlace, quizás más adelante... Después de haber leído más...

      Muchas gracias, querida. Es un privilegio contar contigo, Un abrazo.

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