miércoles, 8 de septiembre de 2021

HOMENAJE A CARMEN LAFORET POR EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO

 Queridos amigos:

 Recordamos a una de nuestras más representativas y queridas autoras de la literatura española: Carmen Laforet (Barcelona, 6 de septiembre de 1921 - Majadahonda2004.  Se cumplen cien años de su nacimiento, qué mejor ocasión de celebrar sus escritos, su personalísima y audaz narrativa. Carmen Laforet fue una autora con una voz única y con una valentía incomparable al atreverse a crear personajes fermeninos enfrentados a un mundo de penuria en la posguerra española y con una capacidad de declarar su independencia mental, emocional y espiritual, que hemos de agradecerle.

 

Carmen Laforet

 Rindámosle un sentido homenaje a una de nuestras autoras favoritas, a través de personajes inolvidables que tendremos para siempre en nuestro corazón.

Muchas gracias, doña Carmen Laforet por este universo que nos ayuda a expandir el nuestro propio, gracias a la grandeza de la literatura y la tuya personal.

¿Qué os parece si empezamos nuestro banquete literario con la novela Nada?

 

Amy Abshier-Reyes
                                                                        Amy Abshier-Reyes



Lo que estaba delante de mí era un recibidor alumbrado por la única y débil bombilla que quedaba sujeta a uno de los brazos de la lámpara, magnífica y sucia de telarañas, que colgaba del techo. Un fondo oscuro de muebles colocados unos sobre otros como en las mudanzas. Y en primer término la mancha blanquinegra de una viejecita decrépita, en camisón, con una toquilla echada sobre los hombros. Quise pensar que me había equivocado de piso, pero aquella infeliz viejecilla conservaba una sonrisa de bondad tan dulce, que tuve la seguridad de que era mi abuela.



                                                                       Alex Kanevsky


—¿Eres tú, Gloria? —dijo cuchicheando. Yo negué con la cabeza, incapaz de hablar, pero ella no podía verme en la sombra.

—Pasa, pasa, hija mía. ¿Qué haces ahí? ¡Por Dios! ¡Que no se dé cuenta Angustias de que vuelves a estas horas!

Intrigada, arrastré la maleta y cerré la puerta detrás de mí. Entonces la pobre vieja empezó a balbucear algo, desconcertada.

—¿No me conoces, abuela? Soy Andrea.
—¿Andrea?
Vacilaba. Hacía esfuerzos por recordar. Aquello era lastimoso.
—Sí, querida, tu nieta... no pude llegar esta mañana como había escrito.




Eduardo Arranz-Bravo


No sé qué latidos amargos tenían las cosas aquella noche, como signos de mal agüero. No me podía dormir, como me sucedía con frecuencia en aquella época en que el cansancio me atormentaba. Antes de decidirme a cerrar los ojos tanteé con torpeza sobre el mármol de la mesilla de noche y encontré un trozo de pan del día anterior. Lo comí ansiosamente. La pobre abuela se olvidaba pocas veces de sus regalitos. Al fin, cuando el sueño logró apoderarse de mí, fue como un estado de coma, casi como una antesala de la muerte última. Mi agotamiento era espantoso. Creo que llevaba alguien mucho rato gritando cuando aquellos gritos terribles pudieron traspasar mis oídos. Quizá fue sólo cuestión de instantes. Recuerdo, sin embargo, que habían entrado a formar parte de mis sueños, antes de hacerme volver a la realidad. Jamás había oído gritar de aquella manera en la casa de la calle de Aribau. Era un chillido lúgubre, de animal enloquecido, el que me hizo sentarme en la cama y luego saltar de ella temblando.

 

 
                                                                                                     Alexander G. Ivanov



Cuando un día o una noche le vi por fin en casa yo creí que ya habíamos pasado los peores momentos. Pero aún nos faltaba oírle llorar. Nunca, por muchos años que viva, me olvidaré de sus gemidos desesperados. Comprendí que Román tenía razón al decir que Juan era suyo. Ahora que él se había muerto, el dolor de Juan era impúdico, enloquecedor, como el de una mujer por su amante, como el de una madre joven por la muerte del primer hijo.

No sé cuántas horas estuve sin dormir, con los ojos abiertos y resecos recogiendo todos los dolores que pululaban, vivos como gusanos, en las entrañas de la casa. Cuando al fin caí en una cama, no sé tampoco cuántas horas estuve durmiendo. Pero dormí como nunca en mi vida. Como si también yo. fuera a cerrar los ojos para siempre.
Cuando volví a darme cuenta de que vivía tuve la sensación de que acababa de subir desde el fondo de algún hondísimo pozo, del que conservaba la cavernosa sensación de unos ecos en la oscuridad.

 

                                                                   Alexander G. Ivanov


«Ahora, viendo las cosas a distancia, me pregunto cómo se puede alcanzar tal capacidad de humillación, cómo podemos enfermar así, cómo en los sentidos humanos cabe una tan grande cantidad de placer en el dolor... Porque yo estuve enferma. Yo he tenido fiebre. Yo no he podido levantarme de la cama en algún tiempo; así era el veneno, la obsesión que me llenaba... ¿Y dice usted que si conozco a Román? Lo he repasado en todos sus rincones, en todos sus pliegues durante días infinitos, solitarios...


 
 Alex Kanevsky


Mi padre estaba alarmado. Hizo averiguaciones, la criada habló de mis manías... ¿Y este dolor de ser descubierta, destapada hasta los rincones más íntimos? Dolor como si arrancaran a tiras nuestra piel para ver la red de venas palpitando entre los músculos... Me tuvieron un año en el campo. Mi padre dio dinero a Román para que se alejara de Barcelona una temporada para que no estuviera allí a mi vuelta, y él tuvo la desfachatez de aceptar y de firmar un recibo en el que el hecho constaba.


                  Alexander G. Ivanov



Enseguida me di cuenta de que era Gloria la que gritaba y de que Juan le debería estar pegando una paliza bárbara. Me senté en la cama pensando en si valdría la pena acudir. Pero los gritos continuaban, seguidos de las maldiciones y blasfemias más atroces de nuestro rico vocabulario español. Allí, en su furia, Juan empleaba los dos idiomas, castellano y catalán, con pasmosa facilidad y abundancia.




                                                                            Alex Kanevsky



Me detuve a ponerme el abrigo y me asomé por fin a la oscuridad de la casa. En la cerrada puerta del cuarto de Juan golpeaban la abuela y la criada.

—Juan! ¡Juan! ¡Hijo mío, abre!

—Señorito Juan, ¡abra!, ¡abra usted!

Oíamos dentro tacos, insultos. Carreras y tropezones con los muebles. El niño comenzó a llorar allí encerrado también y la abuela se desesperó. Alzó las manos para golpear la puerta y vi sus brazos esqueléticos.

—Juan! Juan! ¡Ese niño!

De pronto se abrió la puerta de una patada de Juan, y Gloria salió despedida, medio desnuda y chillando. Juan la alcanzó y aunque ella trataba de arañarle y morderle, la cogió debajo del brazo y la arrastró al cuarto de baño...

—¡Pobrecito mío!

Gritó la abuela cogiendo al niño, que se había puesto de pie en la cuna, agarrándose a la barandilla y gimoteando... Luego, cargada con el nieto, acudió a la refriega.




                                                                          Alex Kanevsky


Juan metió a Gloria en la bañera y, sin quitarle las ropas, soltó la ducha helada sobre ella. Le agarraba brutalmente la cabeza, de modo que si abría la boca no tenía más remedio que tragar agua. Mientras tanto, gritó, volviéndose a nosotras:


—¡Y vosotras a la cama! ¡Aquí no tiene que hacer nada nadie! Pero no nos movíamos. La abuela suplicaba:

-¡Por tu hijo, por tu niño! ¡Vuelve en ti, Juanito!




                                                                           Alex Kanevsky



Emocionados, ¿verdad? ¿Os apetece continuar nuestro recorrido narrativo con La isla y los demonios?




                                                                      Alexander G. Ivanov



Marta se avergonzó. Era verdad. Cuando ella llegó del convento, Pino la había conquistado durante unos días descubriéndole un mundo sucio, hirviente. Marta quería saber y había escuchado con avidez los secretos de las relaciones corporales entre los hombres y las mu- jeres. Y, claro está, a esto Pino le llamaba la vida como si no existiese más. Luego Pino se había desbordado. Sus conversaciones parecían teñir a todas las personas que Marta conocía y quería de esta suciedad. Sus propias amigas, con sus inocentes noviazgos y sus familias tranquilas habían sido metidas por Pino en estas conversaciones. Marta se encontró de pronto en una especie de fangal de confidencias diarias y de chismorreos con Pino y se horrorizaba de sí misma. Tuvo un desesperado afán de pureza. Había huido por completo de su cuñada. La había despreciado desde el refugio de sus libros y de sus sueños. Pino, por su parte, la persiguió con su aborrecimiento.



 
                                                                       Alexander G. Ivanoch



Continuamos con la novela La mujer nueva:

Sí, sentía una terrible rabia al darse cuenta de que Paulina se escapaba. Después de años y años en que el encanto especial de aquella mujer le había obsesionado, después de olvidarse de ella y volverla a encontrar, después de conocer, por fin, cómo era ella cuando se enamoraba, después de estar absolutamente seguro de ser su dueño en cuerpo y alma, después de haber llegado hasta a una hartura de este sentimiento... después de todo esto, Paulina había cogido su maleta, sin una palabra de aviso, sin una ruptura definitiva, sin una amenaza previa, y desaparecía... Y él, ni siquiera podía alcanzarla esta noche, pedirle cuentas, exigirle, vencerla...



 
Adam Caldwell



Y ahora, si os parece, vamos con dos novelas de la trilogía (Tres pasos fuera del tiempo: La insolación, Al volver la esquina y Jaque mate) que tenía trazada pero que no pudo llegar a terminar, porque Jaque mate no se llegó a publicar. 




 
Adam Caldwell



Así, disfrutemos ahora de La insolación:

Claro, Soto, claro. Pero yo le envidio a usted. Un hombre solo es una cosa muy triste. Y además esos niños mal educados, abandonados... Son malos, lo sé, pero no es suya toda la culpa. Su chico Martín que es un pequeño caballero ejerce sobre ellos una influencia beneficiosa. En cuanto a lo que me dijo de Anita y de lo que la criticaron en el pueblo, no crea usted que no estoy preocupado y que no le agradezco su interés. Este invierno tengo el proyecto de mandarla a un convento. Sí, un convento en Avila o en Toledo o en cualquiera de esas hermosas ciudades castellanas me ayudará a sujetar a esa loquilla. Nada, nada, Anita al convento y Carlos a los frailes. ¿Dice usted que no van a misa? Pues no me lo explico; Frufrú es muy religiosa. Le dará pereza esa carretera con tanto sol... En fin, tanto gusto en saludarle, Soto.



                                                                              Adam Caldwell

Sigamos nuestro recorrido con Al volver la esquina:


La ventana está entornada. Un filo de claridad que viene del jardín hierve cortando la penumbra. Zumba un moscardón primerizo y extraviado en el sol. Siento que el sol debe de quemar la tierra en el jardín cercano y en las lejanas playas, en lugares donde se olvida el insidioso olor a los anestésicos de los quirófanos. Hay una comunicación consoladora en este roce de los labios que repetimos incansables, como sonámbulos, como niños que ensayan un lenguaje con los ojos y los oídos cerrados, y sustituyen las palabras por este tanteo de nuestra boca en las facciones que, de momento en momento, sentimos más nuestras. Nos decimos todo lo que no nos hemos dicho nunca con palabras, nos pedimos perdón por nuestras torpezas, por el olvido del uno al otro en que hemos caído durante tantos años, perdón por no ser niños ya y, sin embargo, tener que buscarnos como niños perdidos; tener que empezar a comprender que somos el uno del otro sin remedio, que lo hemos sido siempre y que no quisimos ni sospecharlo. Nos decimos la soledad, la bárbara mutilación que hemos hecho separando cuerpo y alma en nuestras vidas por ese pecado de no haber sabido que teníamos que encontrarnos enteramente, ardiendo el espíritu en esta atracción que con nadie nunca hemos podido tener completa. Con nadie nunca ha sido ni podrá ser esta verdad que nos quita poco a poco el pensamiento confuso de esa pena de no haber comprendido antes de ser este hombre y esta mujer que ya somos ahora, que vamos sintiendo que somos, Hechos para la fusión de la amistad en la vida que recibimos uno del otro, para el abrazo, para ese beso en el que al fin de entreabren los labios de Anita para recibir mi boca. Nos estamos besando al fin en un olvido total. Boca a boca, vida a vida, juventud con juventud. Y bruscamente, me despierto. Es como si la ventana se hubiese abierto de repente al invierno y hubiera dejado pasar una racha de ventisca y granizo...


                                                                         Adam Caldwell


Bajo la inquietante sombra de la verdad literaria, de la belleza y el dolor que nos traspasan, vaya este humilde pero entregado homenaje a nuestra querida autora. Gracias, Carmen Laforet por ser gigante.


Esperamos, queridos amigos vuestras impresiones y comentarios con avidez. Hasta pronto, un beso.

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