lunes, 21 de abril de 2014

LLORANDO A GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


Queridos amigos:

Se nos ha ido el 17 de abril de 2014. Se nos ha ido el genial novelista, el autor de Cien años de soledad, el prodigioso autor del realismo mágico, el hechicero del amor y la soledad, el inventor de historias cautivadoras, de nuevos arquetipos, el admirador de la belleza, el inteligente y sensible periodista y el comprometido ser humano. 

Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura en 1982, nos deja tiritando de pena por su pérdida. 


Gabo recibiendo su Premio Nobel de Literatura, 1982

Si bien 87 años de talento y prolífica creación han de consolar nuestro ánimo y nuestra honda tristeza. Descanse en paz el hombre, siga iluminándonos su espíritu.


Gabriel García Márquez, Gabo cariñosamente llamado


Mucho es el dolor. Y una apetencia de degustar sus palabras nos embarga y nos empuja con fuerza a sus prodigiosas creaciones

Gabo con esposa Mercedes Barcha


Todas las obras de Gabo serían pocas para llenar esta pérdida. Recurramos a algunos fragmentos de ellas. 


Gabriel García Márquez con el escritor mexicano Carlos Fuentes


Gracias, Gabo, por dejarnos este legado de incalculable valor literario, de una belleza sin parangón, de un arrebato espiritual y de una valentísima y generosa actitud de denuncia y de compromiso contra el rechazo y el abandono hacia los más débiles y desprotegidos.


Gabo recibe el Premio Nobel de Literatura en 1982



¡Cuánto amamos tu divina creación! ¡Gracias, genio, gracias!



Gabriel García Márquez


Dejamos aquí testimonio de algunas de sus obras, no están todas, pero esta selección da buen ejemplo de su fecundo pensamiento y de su magistral narración.

 
Gabo con su mujer y musa Mercedes Barcha


  1.  1955 - La hojarasca
  2. 1961 - El coronel no tiene quien le escriba
  3. 1962 - La mala hora
  4. 1962 - Los funerales de la Mamá Grande
  5. 1967 - Cien años de soledad
  6. 1970 - Relato de un náufrago
  7. 1972 - La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada
  8. 1972 - El negro que hizo esperar a los ángeles
  9. 1973 - Cuando era feliz e indocumentado
  10. 1974 - Chile, el golpe y los gringos
  11. 1975 - El otoño del patriarca
  12. 1975 - Todos los cuentos de Gabriel García Márquez: 1947-1972
  13. 1977 - Operación Carlota
  14. 1978 - Periodismo militante
  15. 1978 - De viaje por los países socialistas
  16. 1981 - Crónica de una muerte anunciada
  17. 1985 - El amor en los tiempos del cólera
  18. 1986 - La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile
  19. 1989 - El general en su laberinto
  20. 1990 - Notas de prensa, 1961-1984
  21. 1992 - Doce cuentos peregrinos
  22. 1994 - Del amor y otros demonios
  23. 2002 - Vivir para contarla
  24. 2004 - Memoria de mis putas tristes
  25. 2010 – Yo no vengo a decir un discurso


Y ahora degustemos la pura belleza:

En Cien años de soledad, toda una saga familiar representa la pasión, la felcidad, el sufrimiento y todos los avatares de la vida del hombre en Hispanoamerica y más allá del ser humano en su concepto más universal y profundo.
 

Gabriel García Márquez


Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.


Edouard Manet


Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. 


Jan Brueghel el Viejo


El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos.
 
Faby


Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. «Las cosas, tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.»
                                                                         Cien años de soledad



Nadja Jovanovic



Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas habían empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa.



Vladimir Rasputin

 

— ¿Te sientes mal? —le preguntó.
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.
—Al contrario —dijo—, nunca me he sentido mejor.




Nadja Jovanovic


Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo la serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó  las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y que pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.
                                                                                                  
                                                                         Cien años de soledad




James McGrath


 Y desde CIEN AÑOS DE SOLEDAD  a
 EL AMOR Y OTROS DEMONIOS:

Una leyenda sobre una niña muerta siglos atrás y cuyo pelo había crecido desmesuradamente da pie al autor para crear esta mágica historia donde una muchacha criada más bien por sus esclavos, amantes de la santería, que por sus padres, es sospechosa de haber contraído junto con la rabia una posesión demoniaca. La Inquisición tomará cartas en el asunto, mientras que su exorcista, Delaura, descendiente de Garcilaso de la Vega, se enamorará perdidamente de ella y será correspondido, intentado explicar a sus compañeros de oficio religioso que la muchacha no tiene ningún mal y mucho menos una posesión.


John Everett Millais

Delaura no había perdido el hilo.
«Con mis respetos, padre mío», dijo, «no creo que esa criatura esté poseída».
Esta vez el obispo se alarmó de veras.
«¿Por qué lo dices?»
«Creo que sólo está aterrorizada», dijo Delaura.
«Tenemos pruebas a manta de Dios», dijo el obispo.  «¿O es que no lees las actas?»

Tim Lowly

Sí. Delaura las había estudiado a fondo, y eran más útiles para conocer la mentalidad de la abadesa que el estado de Sierva María. Habían exorcizado los lugares donde la niña estuvo en la mañana de su ingreso, y cuanto había tocado. A quienes estuvieron en contacto con ella los habían sometido a abstinencias y depuraciones. 

 
Dina Brodsky


La novicia que le robó el anillo el primer día fue condenada a trabajos forzados en el huerto. Decían que la niña se había complacido descuartizando un chivo que degolló con sus manos, y se comió las criadillas y los ojos aliñados como fuego vivo.


Carlo Caravagna


Hacía gala de un don de lenguas que le permitía entenderse con los africanos de cualquier nación, mejor que ellos mismos entre sí, o con las bestias de cualquier pelaje.

Pierre Roger


Al día siguiente de su llegada, las once guacamayas cautivas que adornaban el jardín desde hacía veinte años amanecieron muertas sin causa. Había fascinado a la servidumbre con canciones demoníacas que cantaba con voces distintas de la suya. Cuando supo que la abadesa la buscaba, se hizo invisible sólo para ella.



Emma Uber

 

«Sin embargo», dijo Delaura, «creo que lo que nos parece demoníaco son las costumbres de los negros, que la niña ha aprendido por el abandono en que la tuvieron sus padres».


Brita Seifert

 

«¡Cuidado!», lo alertó el obispo.
«El Enemigo se vale mejor de nuestra inteligencia que de nuestros yerros».
«Pues el mejor regalo para él sería que exorcizáramos una criatura sana», dijo Delaura.
El obispo se encrespó.
«¿Debo entender que estás en rebeldía?»
«Debe entender que mantengo mis dudas, padre mío», dijo Delaura.
«Pero obedezco con toda humildad».



Brita Seifert

Así que volvió al convento sin convencer al obispo. Llevaba en el ojo izquierdo un parche de tuerto que le había puesto su médico mientras se le borraba el sol impreso en la retina. Sintió las miradas que lo siguieron a lo largo del jardín y de los corredores sucesivos hasta el pabellón de la cárcel, pero nadie le dirigió la palabra. En todo el ámbito había como una convalecencia del eclipse.



Leon Fourie

 

Cuando la guardiana le abrió la celda de Sierva María, Delaura sintió que el corazón se le reventaba en el pecho y apenas si podía tenerse en pie.


Brita Seifert

 
Sólo por sondear su humor de esa mañana le preguntó a la niña si había visto el eclipse. En efecto, lo había visto desde la terraza. No entendió que él llevara un parche en el ojo si ella había mirado el sol sin protección y estaba bien.



Pierre Roger


Durante la cena le leyó al obispo con un ánimo nuevo. Lo acompañó en las oraciones de la noche, como siempre, y mantuvo los ojos cerrados para pensar mejor en Sierva María mientras rezaba. Se retiró a la biblioteca más temprano que de costumbre, pensando en ella, y cuanto más pensaba más le crecían las ansias de pensar. Repitió en voz alta los sonetos de amor de Garcilaso, asustado por la sospecha de que en cada verso había una premonición cifrada que tenía algo que ver con su vida. No logró dormir. 
 
Emma Uber


Al alba se dobló sobre el escritorio con la frente apoyada en el libro que no leyó. Desde el fondo del sueño oyó los tres nocturnos de los maitines del nuevo día en el santuario vecino. «Dios te salve María de Todos los Ángeles», dijo dormido. 


Helene Knoop


Su propia voz lo despertó de pronto, y vio a Sierva María con la bata de reclusa y la cabellera a fuego vivo sobre los hombros, que tiró el clavel viejo y puso un ramo de gardenias recién nacidas en el florero del mesón.

Jenny Harmon-Scott


Delaura, con Garcilaso, le dijo de voz ardiente: «Por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero». Sierva María sonrió sin mirarlo. 


Elena Smurova



Él cerró los ojos para estar seguro de que no era un engaño de las sombras. La visión se había desvanecido cuando los abrió, pero la biblioteca estaba saturada por el rastro de sus gardenias.

                                                                                            Del amor y otros demonios









PINCHA EN EL ENLACE PARA VER:

 
Película "Del amor y otros demonios" 
dirigida por Hilda Hidalgo (tráiler)



FRAGMENTOS Y SUEÑOS DE DOCE CUENTOS PEREGRINOS:

LA SANTA


Margarito Duarte no había pasado de la escuela primaria, pero su vocación por las bellas letras le había permitido una formación más amplia con la lectura apasionada de cuanto material impreso encontraba a su alcance. A los dieciocho años, siendo el escribano del municipio, se casó con una bella muchacha que murió poco después en el parto de la primera hija. 


Sir Lawrence Alma-Tadema


Ésta, más bella aún que la madre, murió de una fiebre esencial a los siete años.

Sir Lawrence Alma-Tadema


Pero la verdadera historia de Margarito Duarte había empezado seis meses antes de su llegada a Roma, cuando hubo que mudar el cementerio de su pueblo para construir una represa. Como todos los habitantes de la región, Margarito desenterró los huesos de sus muertos para llevarlos al cementerio nuevo. La esposa era polvo. En la tumba contigua, por el contrario, la niña seguía intacta después de once años.
 
John Everett Millais


Tanto, que cuando destaparon la caja se sintió el vaho de las rosas frescas con que la habían enterrado. Lo más asombroso, sin embargo, era que el cuerpo carecía de peso.
 
 
Emma Uber


Centenares de curiosos atraídos por el clamor del milagro desbordaron la aldea.


Annie Henry



No había duda. La incorruptibilidad del cuerpo era un síntoma inequívoco de la santidad, y hasta el obispo de la diócesis estuvo de acuerdo en que semejante prodigio debía someterse al veredicto del Vaticano. De modo que se hizo una colecta pública para que Margarito Duarte viajara a Roma, a batallar por una causa que ya no era sólo suya ni del ámbito estrecho de su aldea, sino un asunto de la nación.

                                                   Doce cuentos peregrinos: La santa


Annie Henry


EL VERANO FELIZ DE LA SEÑORA FORBES

Sus noches eran de desahogo. Desde el principio de su mandato sentíamos que alguien caminaba por la oscuridad de la casa, braceando en la oscuridad, y mi hermano llegó inquietarse con la idea de que fueran los ahogados errantes de que tanto nos había hablado Fulvia Flamínea. 

 
Tom Alberts


Muy pronto descubrimos que era la señora Forbes, que se pasaba la noche viviendo la vida real de mujer solitaria que ella misma se hubiera reprobado durante el día. 

 
Dellorco


Una madrugada la sorprendimos en la cocina, con el camisón de dormir de colegiala, preparando sus postres espléndidos, con todo el cuerpo embadurnado de harina hasta la cara y tomándose un vaso de oporto con un desorden mental que habría causado el escándalo de la otra señora Forbes.  

 
Dellorco


Ya para entonces sabíamos que después de acostarnos no se iba a su dormitorio, sino que bajaba a nadar a escondidas, o se quedaba hasta muy tarde en la sala, viendo sin sonido en la televisión las películas prohibidas para menores, mientras comía tartas enteras y se bebía hasta una botella del vino especial que mi padre guardaba con tanto celo para las ocasiones memorables. 


Candice Bohannon


Contra sus propias prédicas de austeridad y compostura, se atragantaba sin sosiego, con una especie de pasión desmandada.


Sarah Young


Después la oíamos hablando sola en su cuarto, la oíamos recitando en su alemán melodioso fragmentos completos de Die Jungfrau von Orleans, la oíamos cantar, la oíamos sollozando en la cama hasta el amanecer, y luego aparecía en el desayuno con los ojos hinchados de lágrimas, cada vez más lúgubre y autoritaria. 

 
Sarah Young

Ni mi hermano ni yo volvimos a ser tan desdichados como entonces, pero yo estaba dispuesto a soportarla hasta el final, pues sabía que de todos modos su razón había de prevalecer contra la nuestra. 
 
carolina cleere


Mi hermano, en cambio, se le enfrentó con todo el ímpetu de su carácter, y el verano feliz se nos volvió infernal. El episodio de la murena fue el último límite.


carolina cleere


Aquella misma noche, mientras oíamos desde la cama el trajín incesante de la señora Forbes en la casa dormida, mi hermano soltó de golpe toda la carga del rencor que se le estaba pudriendo en el alma. 



Rusudan Khizanishvili

 — La voy a matar— dijo. 


        Doce cuentos peregrinos: El verano feliz de la señora Forbes


Carolina Cleere


No os perdáis la adaptación televisiva de Jaime Humberto Hermosillo, con una Anna Schygulla soberbia, bueno, como ella acostumbra, ni más ni menos.






Pincha en el siguiente enlace  de RTVE para ver esta joya:




Y a continuación disfrutemos de la novela que el propio García Márquez consideraba la más arraigada a la tierra, la más auténtica, la más cercana


EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA


Esta novela narra la historia de los amores contrariados y pese a ello y a que Fermina Daza se casa con Juvenal Urbino, Florentino Ariza la esperará siempre. El amor tiene una dimensión sin límites durante la vida...

Garry Shead


Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. 


Rusudan Khizanishvili


El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.

                                                     El amor en los tiempos del cólera


Garry Shead


Fermina Daza, en cambio, tenía una desnudez pálida, de líneas largas, de piel serena, de vellos lacios. Gala Placidia les había hecho poner dos camas iguales en el dormitorio, pero a veces se acostaban en una y conversaban con las luces apagadas hasta el amanecer. 


Anna Razumovskaya


Fumaban unas panetelas de salteadores que Hildebranda había llevado ocultas en los forros del baúl, y después tenían que quemar hojas de papel de Armenia para purificar el aire de tugurio que dejaban en el dormitorio. Fermina Daza lo había hecho por primera vez en Valledupar, y había seguido haciéndolo en Fonseca, en Riohacha, donde se encerraban hasta diez primas en un cuarto a hablar de hombres y a fumar a escondidas. Aprendió a fumar al revés, con el fuego dentro de la boca, como fumaban los hombres en las noches de las guerras para que no los delatara la brasa del tabaco. 
 
Charles Watelet


Pero nunca había fumado a solas. Con Hildebranda en su casa lo hizo todas las noches antes de dormir, y desde entonces adquirió el hábito de fumar, aunque siempre a escondidas, aun de su marido y de sus hijos, no sólo porque era mal visto que una mujer fumara en público, sino porque tenía el placer asociado a la clandestinidad.
 

Francesc Masriera

También el viaje de Hildebranda había sido impuesto por sus padres para tratar de alejarla de su amor imposible, aunque le hicieron creer que era para ayudar a Fermina a decidirse por un buen partido. 


Anna Razumovskaya


Hildebranda lo había aceptado con la ilusión de burlar el olvido, como lo hizo la prima en su momento, y había quedado de acuerdo con el telegrafista de Fonseca para que mandara sus mensajes con el mayor sigilo. Por eso fue tan amarga su desilusión cuando supo que Fermina Daza había repudiado a Florentino Ariza. 

 
Michael Malm


Además, Hildebranda tenía una concepción universal del amor, y pensaba que cualquier cosa que le pasara a uno afectaba a todos los amores del mundo entero. Sin embargo, no renunció al proyecto. Con una audacia que le causó a Fermina Daza una crisis de espanto, fue sola a la oficina del telégrafo con la disposición de ganarse el favor de Florentino Ariza.


Joan Marti

 

No lo hubiera reconocido, pues no tenía ni un rasgo que correspondiera a la imagen que ella se había formado a través de Fermina Daza. 
 
Joan Marti

A primera vista le pareció imposible que su prima hubiera estado a punto de enloquecer por aquel empleado casi invisible, con aires de perro apaleado, cuyo atuendo de rabino en desgracia y cuyas maneras solemnes no podían alterar el corazón de nadie. 

 
Vilas Tonape


Pero muy pronto se arrepintió de la primera impresión, pues Florentino Ariza se puso a su servicio incondicional sin saber quién era: no lo supo nunca. Nadie la hubiera entendido como él, así que no le exigió identificarse ni le pidió dirección alguna. 


Rob Rey


Su solución fue muy simple: ella pasaría los miércoles en la tarde por la oficina del telégrafo para que él le entregara las respuestas en su mano, y nada más. 

 
Thomas Hart Benton


Por otra parte, cuando él leyó el mensaje que Hildebranda llevaba escrito le preguntó si aceptaba una sugerencia, y ella estuvo de acuerdo. Florentino Ariza hizo primero unas correcciones entre líneas, las suprimió, las volvió a escribir, se quedó sin espacio, y al final rompió la hoja y escribió completo un mensaje distinto que a ella le pareció enternecedor. Cuando salió de la oficina del telégrafo, Hildebranda iba al borde de las lágrimas.
-Es feo y triste -le dijo a Fermina Daza-, pero es todo amor.

 
Anna Razumovskaya


Lo que más llamó la atención de Hildebranda fue la soledad de la prima. Parecía, le dijo, una solterona de veinte años. Acostumbrada a una familia numerosa y dispersa, en casas donde nadie sabía a ciencia cierta cuántos vivían ni quienes iban a comer cada vez. Hildebranda no podía imaginarse a una muchacha de su edad reducida al claustro de la vida privada.



Pramod Kurlekar


Entonces se sintió solo en el mundo, y el recuerdo de Fermina Daza, que había permanecido al acecho en los últimos días, le asestó el zarpazo mortal.


Pramod Kurlekar


Sabía que iba a casarse el sábado siguiente, en una boda de estruendo, y el ser que más la amaba y había de amarla hasta siempre no tendría ni siquiera el derecho de morirse por ella. 

 
Joan Marti
 
 Los celos, hasta entonces ahogados en llanto, se hicieron dueños de su alma.


Robert Hannaford



Rogaba a Dios que la centella de la justicia divina fulminara a Fermina Daza cuando se dispusiera a jurar amor y obediencia a un hombre que sólo la quería para esposa como un adorno social, y se extasiaba en la visión de la novia, suya o de nadie, tendida bocarriba sobre las losas de la catedral con los azahares nevados por el rocío de la muerte, y el torrente de espuma del velo sobre los mármoles funerarios de catorce obispos sepultados frente al altar mayor. 

 
Joan Marti


Sin embargo, una vez consumada la venganza, se arrepentía de su propia maldad, y entonces veía a Fermina Daza levantándose con el aliento intacto, ajena pero viva, porque no le era posible imaginarse el mundo sin ella.

                                            El amor en los tiempos del cólera







Y del romanticismo y la entrega amorosa a una obra basada en hechos reales, que tanto interesó a García Márquez como periodista y novelista. Pues después de entrevistar al protagonista, llevó a cabo su genial novela:

RELATO DE UN NÁUFRAGO

que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre.



Ricardo Gómez de Cádiz



Solo

La última vez que Luis Rengífo me preguntó la hora, en el destructor, eran las once y media. Vi nuevamente la hora a las once y cincuenta, y todavía no había ocurrido la catástrofe. Cuando miré el reloj en la balsa, eran las doce en punto. Me pareció que hacía mucho tiempo que todo había ocurrido, pero en realidad sólo habían transcurrido diez minutos desde el instante en que vi por última vez el reloj, en la popa del destructor, y el instante en que alcancé la balsa, y traté de salvar a mis compañeros, y me quedé allí, inmóvil, de pie en la balsa, viendo el mar vacío, oyendo el cortante aullido del viento y pensando que' transcurrirían por lo menos dos o tres horas antes de que vinieran a rescatarme.


Ivan Konstantinovich

 
"Dos o tres horas", calculé. Me pareció un tiempo desproporcionadamente largo para estar solo en el mar. Pero traté de resignarme. No tenía alimentos ni agua y pensaba que antes de las tres de la tarde la sed sería abrasadora. El sol. me ardía en la cabeza, me empezaba a quemar la piel, seca y endurecida por la sal. Como en la caída había perdido la gorra, volví a mojarme la cabeza y me senté al borde de la balsa, mientras venían a rescatarme.



Nikolay Stoev


Mi primera noche solo en el Caribe

A las cuatro de la tarde se calmó la brisa. Corno no veía nada más que agua y cielo, como no tenía puntos de referencia, transcurrieron mas de dos horas antes de que me diera cuenta de que la balsa estaba avanzando. Pero en realidad, desde el momento en que me encontré dentro de ella, empezó a moverse en línea recta, empujada por la brisa, a una velocidad mayor de la que yo habría podido imprimirle con los remos. Sin embargo, no tenía la menor idea sobre mi dirección ni posición. No sabia sí la balsa avanzaba hacia la costa o hacia el interior del Caribe. Esto último me parecía lo más probable, pues siempre habla considerado imposible que el mar arrojara a la tierra alguna cosa que hubiera penetrado 200 millas, y menos sí esa cosa era algo tan pesado como un hombre en una balsa.

Alejandro Obregón

Durante mis primeras dos horas seguí mentalmente, minuto a minuto, el viaje del destructor. Pensé que si habían telegrafiado a Cartagena, habían dado la posición exacta del lugar en que ocurrió el accidente, y que desde ese momento habían enviado aviones y helicópteros a rescatarnos. Hice mis cálculos: antes de una hora los aviones estarían allí, dando vueltas sobre mi cabeza.


Alejandro Obregón

A la una de la tarde me senté en la balsa a escrutar el horizonte. Solté los tres remos y los puse en el interior, listo a remar en la dirección en que aparecieran los aviones. Los minutos eran largos e intensos. El sol me abrasaba el rostro y las espaldas y los labios me ardían, cuarteados por la sal. Pero en ese momento no sentía sed ni hambre. La única necesidad que sentía era la de que aparecieran los aviones. Ya tenía mi plan: cuando los viera aparecer trataría de remar hacia ellos, luego, cuando estuvieran sobre mí, me pondría de pie en la balsa y les haría señales con la camisa. Para estar preparado, para no perder un minuto, me desabotoné la camisa y seguí sentado en la borda, escrutando el horizonte por todos lados, pues no tenía la menor idea de la dirección en que aparecerían los aviones.


Alejandro Obregón

 La gran noche

Al principio me pareció que era imposible permanecer tres horas solo en el mar. Pero a las cinco, cuando ya habían transcurrido cinco horas, me pareció que aún podía esperar una hora más. El sol estaba descendiendo. Se puso rojo y grande en el ocaso, y entonces empecé a orientarme. Ahora sabía por donde aparecerían los aviones: puse el sol a mi izquierda y miré en línea recta, sin moverme, sin desviar la vista un solo instante, sin atreverme a pestañar, en la dirección en que debía de estar Cartagena, según mi orientación.
A las seis me dolían los ojos. Pero seguía mirando. Incluso después de que empezó a oscurecer, seguí mirando con una paciencia dura y rebelde. Sabía que entonces no vería los aviones, pero vería las luces verdes v rojas, avanzando hacía mí, antes de percibir el ruido
de sus motores. Quería ver las luces, sin pensar que desde los aviones no podrían verme en la oscuridad. De pronto el cielo se puso rojo, y yo seguía escrutando el horizonte. Luego se puso color de violetas oscuras, y yo seguía mirando. A un lado de la balsa, como un diamante amarillo en el cielo color de vino, fija y cuadrada, apareció la primera estrella.
Fue como una señal. Inmediatamente después, la noche, apretada y tensa, se derrumbó sobre el mar.



Alejandro Obregón


Mi primera impresión, al darme cuenta de que estaba sumergido en la oscuridad, de que ya no podía ver la palma de mi mano, fue la de que no podría dominar el terror. Por el ruido del agua contra la borda, sabía que la balsa seguía avanzando lenta pero incansablemente.



Momcilo Macanovic

Hundido en las tinieblas, me di cuenta entonces de que no había estado tan solo en las horas del día. Estaba más solo en la oscuridad, en la balsa que no veía pero que sentía debajo de mí, deslizándose sordamente sobre un mar espeso y poblado de animales extraños. Para sentirme menos solo me puse a mirar el cuadrante de mi reloj. Eran las siete menos diez.
Mucho tiempo después, como a las dos, a las tres horas, eran las siete menos cinco. Cuando el minutero llegó al número doce eran las siete en punto y el cielo estaba apretado de estrellas. Pero a mí me parecía que había transcurrido tanto tiempo que ya era hora de que empezara a amanecer. Desesperadamente, seguía pensando en los aviones.



Alejandro Obregón

La luz de cada día

No amaneció lentamente, como en la tierra. El cielo se puso pálido, desaparecieron las primeras estrellas y yo seguía mirando primero el reloj y luego el horizonte. Aparecieron los contornos del mar habían transcurrido doce horas, pero me parecía imposible. Es imposible que la noche sea tan larga como el día. Se necesita haber pasado una noche en el mar, sentado en una balsa y contemplando un reloj, para saber que la noche esdesmesuradamente más larga que el día. Pero de pronto empieza a amanecer, y entonces uno se siente demasiado cansado para saber que está amaneciendo.

Alejandro Obregón


Eso me ocurrió en aquella primera noche de la balsa. Cuando empezó a amanecer ya nada me importaba. No pensé ni en el agua ni en la comida. No pensé en nada hasta cuando el viento empezó a ponerse tibio y la superficie del mar se volvió lisa y dorada. No había dormido un segundo en toda la noche, pero en aquel instante sentí como si hubiera despertado. Cuando me estiré en la balsa los huesos me dolían. Me dolía la piel. Pero el día era resplandeciente y tibio, y en medio de la claridad, del rumor del viento que empezaba a levantarse, yo me sentía con renovadas fuerzas para esperar. Y me sentí profundamente acompañado en la balsa. Por primera vez en los 20 años de mi vida me sentí entonces perfectamente feliz.


                                                                     Relato de un náufrago
 
Carlos de Haes


EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

La siguiente es una historia de espera angustiosa por una pensión al militar que ha de llegarle, pero no llega nunca. Todas las esperanzas están cifradas en un gallo de pelea, ogulloso idealismo del coronel. Nada parece apuntar bien para el coronel y su esposa que dirigen su mirada hacia un turbio horizonte.



Elena Menocal


Se acostaron sin comer. El coronel esperó a que su esposa terminara el rosario paraapagar la lámpara. Pero no pudo dormir. Oyó las campanas de la censura cinematográfica, y casi en seguida -tres horas después- el toque de queda. La pedregosa respiración de la mujer se hizo angustiosa con el aire helado de la madrugada. El coronel tenía aún los ojos abiertos cuando ella habló con una voz reposada, conciliatoria.


Nicole Alger

-Estás despierto.
-Sí.
-Trata de entrar en razón -dijo la mujer-. Habla mañana con mi compadre Sabas.
-No viene hasta el lunes.
-Mejor -dijo la mujer-. Así tendrás tres días para recapacitar.
-No hay nada que recapacitar --dijo el coronel.
El viscoso aire de octubre había sido sustituido por una frescura apacible. El coronel volvió a reconocer a diciembre en el horario de los alcaravanes. Cuando dieron las dos todavía no había podido dormir. Pero sabía que su mujer también estaba despierta.


Paul Lisak

Trató de cambiar de posición en la hamaca.
-Estás desvelado -dijo la mujer.
-Sí.
Ella pensó un momento.
-No estamos en condiciones de hacer esto -dijo-. Ponte a pensar cuántos son cuatrocientos pesos juntos.
-Ya falta poco para que venga la pensión -dijo el coronel.
-Estás diciendo lo mismo desde hace quince años.

                                                  El coronel no tiene quien le escriba


Vilma Markauskaitė




Espero que os guste este homenaje hecho con todo el corazón para nuestro amado Gabriel García Márquez. Os espero, un beso.




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