AMISTADES DE NAVIDAD
Manuel Chica (4ºA)
Era un día de
otoño de 1942 en el que no hacía frío. A las afueras de un pequeño pueblecito
de la comarca de Zaragoza había un chopo solitario, regado muy de cerca por las
cristalinas aguas de un pequeño arroyo que discurría a su paso por el pueblo.
En el ocaso de su vida se encontraban las hojas que, movidas por el viento,
caían lentamente unas tras otras, cuando de pronto, se oye una voz temerosa que
decía:
-No, no
quiero morir. Me da mucho miedo caer de tanta altura-. Una hojita que gritaba
desesperada por su cercano final se resistía a caer. En esto, un pequeño golpe
de viento la hace caer. Ella, al ver que se precipita al vacío, intenta
aferrarse sin saber muy bien a qué y comienza a agitar su pequeño cuerpo casi
redondo…
Entonces
percibe que su caída se hace más lenta y en forma de zigzag y al instante
piensa que al llegar al suelo no sufrirá daño alguno. En esto que una suave
brisa la hace volver a elevarse, al verse movida por la brisa se siente feliz
pero sabe que su final está cercano, no obstante, movida por el viento y en un
esfuerzo de su pequeño cuerpo, consigue caer al otro lado del arroyo y queda
atrapada entre las briznas de hierba.
-No puede
ser, no, no, me resisto a creer que terminaré aquí, seca, demacrada y fea. No
quiero este final para mí. Dios mío, siempre quise ser esa hojita del abeto que
hay en la plaza donde se celebra la Navidad. (Lo divisaba desde mi árbol, qué
bonito y qué porte, me dije siempre)-. La hoja, viéndose atrapada entre la
hierba, sigue soñando.
-¡Cómo me
hacía soñar con ese abeto el pajarillo que se posaba en mi rama y me decía, con
su canto, lo bonita que era la navidad! Yo, tristemente, no podré celebrar ni
una sola.
Con sus
tormentos estaba y afligida por su cercano fin, cuando una hormiga comienza a
moverse a su alrededor buscando alimento. La hormiga, en su voluntarioso
trabajo, sube y baja por encima de la hoja. Esta, al sentir el cosquilleo, no
puede resistir y suelta una sonora carcajada. La hormiga, sorprendida y
sobresaltada, le dice:
-¡Vaya susto
me has dado! ¡Nunca había visto reír con tantas ganas a una hoja!- La hoja
responde.
-Ni a mí
tampoco me había hecho tantas cosquillas una hormiga (y eso que había muchas en
el árbol).
La
hoja comienza a hablar con la hormiga y durante su graciosa charla, le dice:
-
¿Tú me podrías hacer un favor?
Al momento la
hormiga le responde:
-
Pues claro, ¡si estamos en Navidad! No te puedo
negar nada, dime qué necesitas.
Entonces nuestra
hormiga se sincera y dice:
- Como bien sabes, yo nunca podré celebrar una
sola Navidad, per se me ocurre que si tú me pudieras llevar a los pies del
abeto que está en la plaza, podría acabar mis días allí, así podría servir de
alimento a tu especie, y a la vez yo me sentiría feliz en mi disposición por
tomar parte del abeto que siempre sonríe. En la primavera venidera posiblemente
sería esbelta y delgada (no como ahora) y podría disfrutar desde mi posición,
viendo las luces, los adornos y, sobre todo, las cara de alegría e ilusión de
tantas y tantas familias que vienen con sus niños a ver cómo se inicia esta
maravillosa Navidad.
La hormiga,
emocionada y conmovida, la mira diciéndole:
-
Me has hecho muy feliz enseñando lo que para ti
es un sueño, no dudes que lo intentaremos realizar. No te preocupes, tardaremos
algún día pero te llevaré suavemente con mis pinzas.
Así comenzó el sacrificio que suponía
tan alta meta para una pequeña hormiga con tan pesada carga. Al cabo de diez
días consiguieron llegar a su destino: una exhausta y desfallecida por el
esfuerzo, la otra limitada ya en su final de proceso natural y siendo
conscientes de que todo tocaba a su fin. Se fundieron las dos en un fuerte
abrazo, formando parte, ya para siempre del abeto de Navidad.
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