Queridos amigos:
En esta ocasión me gustaría que compartiéramos la celebración del Premio Nobel de Literatura 2014, otorgado a Patrick Modiano.
Patrick Modiano, Premio Nobel de Literatura 2014 |
Las novelas del escritor francés Modiano son de una intensidad arrebatadora, de las que dejan el espíritu hambriento de memoria y el corazón ávido de justicia poética. Así, el novelista relata en muchas de sus novelas el paisaje negro de la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial o el régimen neonazi de Vichy.
Escalofriante es su novela Dora Bruder, que refleja la historia real de una muchacha de 15 años que se había fugado de un colegio de monjas. Precisamente la pericipecia narrativa se basa en el anuncio desesperado por parte de los padres de Dora el 31 de diciembre de 1941 en el periódico Paris-Soir que buscan a su hija. Nueve meses después el nombre de Dora aparece en la lista de los deportados a Auschwitz.
De
ayer a hoy. Con el paso de los años las perspectivas se vuelven
borrosas, los inviernos se mezclan unos con
otros. El de 1965 y el de 1942. En 1965 no sabía nada de Dora Bruder.
Pero hoy, treinta años después, mis largas esperas en los cafés del
cruce Ornano, mis itinerarios, siempre los mismos —recorría la calle
Mont-Cenis hasta alcanzar los hoteles de Butte-Montmartre: el hotel
Roma, el Alsina o el Terrass, en la calle Caulaincourt—, y todas las
impresiones
fugaces que conservo: una noche de primavera en que se oía hablar en voz
alta bajo los árboles del parque
Clignancourt, y de nuevo el invierno, a medida que bajaba hacia Simplon y
el bulevar Ornano, nada de eso me parecía debido simplemente al azar.
Quizá, sin tener todavía una conciencia clara, andaba tras la pista de
Dora Bruder y de sus padres. Estaban ya allí, en filigrana.
Fragmento de Dora Bruder
Jordan Sokol |
El lugar de la estrella, la primera novela de la trilogía de la ocupación, sugiere en su título la actual plaza parisina Charles de Gaulle, la que fuera la mítica Plaza de la Estrella del Distrito VIII, al mismo tiempo que evoca en el juego de palabras, el lugar del pecho cercano al corazón donde los judíos debían llevar la estrella de seis puntos. Y relata la locura compartida de un periodo negro como supuso la Francia ocupada. La falta de escrúpulos campa por sus respetos en un campo de cultivo antisemita. El relato con semejante telón de fondo nos golpea duramente.
Guillermo Muñoz Vera |
Acabo de conocer a Tania Arcisewska, una judía polaca. Esa joven se autodestruye despacio, sin convulsiones, sin gritos, como si fuera algo que cae por su propio peso. Utiliza una jeringuilla de Pravaz para pincharse en el brazo izquierdo.
–Tania tiene en usted una influencia nefasta –me dice Maurice–. Más bien debería escoger a una aria jovencita y cariñosa que le cante nanas del terruño.
Tania me canta la Oración por los muertos de Auschwitz.
Tania me canta la Oración por los muertos de Auschwitz.
Me despierta en plena noche y me enseña el número de matrícula indeleble que tiene en el hombro.
–¡Mire lo que me hicieron, Raphaël, mire! Va a trompicones a la ventana. Por los muelles del Ródano desfilan unos batallones negros que se agrupan ante el hotel con admirable disciplina.
–¡Fíjese bien en todos esos SS, Raphaël! ¡Hay tres policías con abrigo de cuero ahí, a la izquierda! ¡La Gestapo, Raphaël! ¡Van hacia la puerta del hotel! ¡Nos buscan! ¡Van a volvernos a llevar al redil!
Me apresuro a tranquilizarla. Tengo amigos muy bien situados. No me conformo con zánganos colaboracionistas de París. Tuteo a Goering; a Hess, a Goebbels y a Heydrich les parezco muy simpático. Estando conmigo no corre ningún peligro. Los policías no le tocarán ni un pelo. Si se ponen cabezotas, les enseñaré mis condecoraciones.
Caroline Elkington |
Una mañana, aprovechando que no estoy, Tania se corta las venas. Y eso que tengo buen cuidado de esconder mis cuchillas de afeitar, porque noto un vértigo curioso cuando me tropieza la mirada con esos menudos objetos metálicos: me entran ganas de tragármelos.
Lynn Davison |
A la mañana siguiente me interroga un inspector que viene exprofeso de París. El inspector La Clayette, si no estoy equivocado. A la mujer que respondía al nombre de Tania Arcisewska, me dice, la buscaba la policía francesa. Tráfico y consumo de estupefacientes. De esos forasteros puede uno esperárselo todo. De esos judíos. De esos delincuentes Mittel-Europa. ¡Pero bueno, muerta está, y más vale así!
La diligencia del inspector La Clayette y el gran interés que demuestra por mi amiga me extrañan: debe de haber sido de la Gestapo.
La diligencia del inspector La Clayette y el gran interés que demuestra por mi amiga me extrañan: debe de haber sido de la Gestapo.
Sherry Lee Short |
He conservado, en recuerdo de Tania, su colección de títeres: los personajes de la commedia dell’arte, Karagöz, Pinocho, Guiñol, el Judío Errante, la Sonámbula. Los colocó a su alrededor antes de matarse. Creo que fueron sus únicos compañeros. De todos esos títeres, prefiero a la Sonámbula, con los brazos estirados hacia adelante y los párpados cerrados. Tania, perdida en una pesadilla de alambradas y torres de vigilancia, se le parecía.
Fragmento de El lugar de la estrella (Trilogía de la ocupación)
Halim Celiker |
En Calle de las tiendas oscuras, asistimos sin duda, a uno de los fantasmas más arraigados en Modiano: la fragilidad de la memoria. A través de un novela negra y la perdida de la memoria de su protagonista, Modiano le hace frente a uno de sus temas más obsesivos: la búsqueda de la verdadera identidad.
Guy Roland ha olvidado su pasado, hasta tal punto de que su nombre no es su verdadero nombre. Ha trabajado durante ocho años en la agencia de detectives del barón Constantin von Hutte, que se acaba de jubilar. Entonces comienza el periplo hacia su yo desconocido.
Disfrutemos de este fragmento:
En la puerta seguía la placa rectangular de mármol negro en donde ponía, en letras doradas con purpurina:
C.M. HUTTE
Investigaciones privadas
Investigaciones privadas
–Se queda donde está –me dijo Hutte.
Y, luego, echó la llave.
Y, luego, echó la llave.
Fuimos por la avenida de Niel hasta la plaza de Pereire. Era de noche y, aunque estaba empezando el invierno, el aire era tibio. En la plaza de Pereire nos sentamos en la terraza de Les Hortensias. A Hutte le gustaba este café porque las sillas eran de rejilla, «como las de antes».
–¿Y usted qué va a hacer, Guy? –me preguntó tras tomar un sorbo de coñac con agua.
–¿Yo? Estoy siguiendo una pista.
–¿Una pista?
–Sí. Una pista de mi pasado.
Dije esa frase con un tono pomposo que lo hizo sonreír.
–¿Yo? Estoy siguiendo una pista.
–¿Una pista?
–Sí. Una pista de mi pasado.
Dije esa frase con un tono pomposo que lo hizo sonreír.
Dasa Hrickova |
–Siempre he creído que algún día recuperaría su pasado.
Esto lo dijo con acento muy serio; y me conmovió.
Esto lo dijo con acento muy serio; y me conmovió.
–Aunque, mire, Guy, me pregunto si realmente merece la pena.
Se quedó callado. ¿En qué pensaba? ¿En su propio pasado?
Se quedó callado. ¿En qué pensaba? ¿En su propio pasado?
–Tome una llave de la Agencia. Puede ir por allí de vez en cuando. Me gustaría que fuera.
Me alargó una llave que me metí en el bolsillo del pantalón.
–Y llámeme por teléfono a Niza. Téngame al corriente... en lo que tenga que ver con su pasado...
Me alargó una llave que me metí en el bolsillo del pantalón.
–Y llámeme por teléfono a Niza. Téngame al corriente... en lo que tenga que ver con su pasado...
Se puso de pie y me dio la mano.
–¿Quiere que lo acompañe a la estación?
–No, no... Resulta tan triste...
Salió del café de una única zancada, evitando mirar hacia atrás, y noté una sensación de vacío. Aquel hombre había sido importantísimo para mí. Sin él, sin su ayuda, me pregunto qué habría sido de mí hace diez años, cuando me quedé amnésico de repente e iba a tientas por la niebla. Lo conmovió mi caso y, gracias a toda la gente que conocía, me proporcionó incluso un estado civil.
–Mire –me dijo, abriendo un sobre grande en el que había un carnet de identidad y un pasaporte–. Ahora se llama usted «Guy Roland».
–¿Quiere que lo acompañe a la estación?
–No, no... Resulta tan triste...
Salió del café de una única zancada, evitando mirar hacia atrás, y noté una sensación de vacío. Aquel hombre había sido importantísimo para mí. Sin él, sin su ayuda, me pregunto qué habría sido de mí hace diez años, cuando me quedé amnésico de repente e iba a tientas por la niebla. Lo conmovió mi caso y, gracias a toda la gente que conocía, me proporcionó incluso un estado civil.
–Mire –me dijo, abriendo un sobre grande en el que había un carnet de identidad y un pasaporte–. Ahora se llama usted «Guy Roland».
Dasa Hrickova |
Y aquel detective al que había ido a hacer una consulta para que usara su pericia en buscar testigos o trazas de mi pasado, añadió:
–Mi querido «Guy Roland», a partir de ahora no vuelva a mirar atrás y piense en el presente y en el futuro.
Le propongo que trabaje conmigo... Le caía bien porque –me enteré más adelante– él también había perdido sus propias huellas y toda una parte de su vida naufragó de golpe, sin que quedase ni el mínimo hilo conductor, ni el mínimo vínculo que hubiera podido relacionarlo con el pasado.
Le propongo que trabaje conmigo... Le caía bien porque –me enteré más adelante– él también había perdido sus propias huellas y toda una parte de su vida naufragó de golpe, sin que quedase ni el mínimo hilo conductor, ni el mínimo vínculo que hubiera podido relacionarlo con el pasado.
Rupert Alexander |
Pues ¿qué había en común entre ese anciano exhausto a quien veía alejarse en la oscuridad de la noche, con aquel abrigo raído y aquella cartera negra abultada y el jugador de tenis de antaño, el apuesto y rubio barón báltico Constantin von Hutte?
Fragmento de Calle de las tiendas oscuras
Modiano es además un amante del cine. Así, escribe junto a Louis Malle el guión de Lacombe Lucien (Premio BAFTA), estrenada en 1974 y dirigida por el propio Malle. La película, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, relata la historia de un joven campesino cuyo padre ha caído prisionero en Alemania. Cuando Lucien intenta ingresar en la Resistencia y no se lo permiten, acaba formando parte de la policía alemana.
Escenas de Lacombe Lucien
Escribe también el guión de Una juventud, basado en su novela homónica y estrenada en 1983. Guioniza, asimismo: Les fils de Gascogne, estrenada en 1995 y Bon voyage, estrenada en 2003.
Otras obras suyas han sido adaptadas al cine, como: Villa triste, llevada al cine como El perfume de Yvonne, en 1994.
Trailer de el perfume de Yvonne
Te quiero, basada en Domingos de agosto, estrenada en 2001 y Charell basada en Tan buenos chicos y estrenada en 2006.
Modiano sorprendido por la concesión del Nobel
Trailer de el perfume de Yvonne
Te quiero, basada en Domingos de agosto, estrenada en 2001 y Charell basada en Tan buenos chicos y estrenada en 2006.
Modiano sorprendido por la concesión del Nobel
Espero que disfrutéis de este repaso a la obra de Modiano. Un beso.
...
Vivir es obstinarse en consumar un recuerdo
ResponderEliminarGracias Elena por tu dedicación
Bonito blog
Marisa 2 H
Querida Marisa:
EliminarPreciosa reflexión la que haces sobre la vida y la memoria, poética y escalofriante.
Para ti por tu interés y tu cariño, este extraordinario poema de Pedro Salinas, el gran poeta de la generacion del 27, y dice así:
"Hoy son las manos la memoria.
El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.
Recuerdo de una piedra
que hubo junto a un arroyo
y que cogimos distraídamente
sin darnos cuenta de nuestra ventura.
Pero su peso áspero,
sentir nos hace que por fin cogimos
el fruto más hermoso de los tiempos.
A tiempo sabe
el peso de una piedra entre las manos.
En una piedra está
la paciencia del mundo, madurada despacio.
Incalculable suma
de días y de noches, sol y agua
la que costó esta forma torpe y dura
que acariciar no sabe y acompaña
tan sólo con su peso, oscuramente.
Se estuvo siempre quieta,
sin buscar, encerrada,
en una voluntad densa y constante
de no volar como la mariposa,
de no ser bella, como el lirio,
para salvar de envidias su pureza.
¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles
libélulas se han muerto, allí, a su lado
por correr tanto hacia la primavera!
Ella supo esperar sin pedir nada
más que la eternidad de su ser puro.
Por renunciar al pétalo, y al vuelo,
está viva y me enseña
que un amor debe estarse quizá quieto, muy quieto,
soltar las falsas alas de la prisa,
y derrotar así su propia muerte.
También recuerdan ellas, mis manos,
haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
Nada más misterioso en este mundo.
Los dedos reconocen los cabellos
lentamente, uno a uno, como hojas
de calendario: son recuerdos
de otros tantos, también innumerables
días felices
dóciles al amor que los revive.
Pero al palpar la forma inexorable
que detrás de la carne nos resiste
las palmas ya se quedan ciegas.
No son caricias, no, lo que repiten
pasando y repasando sobre el hueso:
son preguntas sin fin, son infinitas
angustias hechas tactos ardorosos.
Y nada les contesta: una sospecha
de que todo se escapa y se nos huye
cuando entre nuestras manos lo oprimimos
nos sube del calor de aquella frente.
La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta?
El peso en nuestras manos lo insinúa,
los dedos se lo creen,
y quieren convencerse: palpan, palpan.
Pero una voz oscura tras la frente,
—¿nuestra frente o la suya?—
nos dice que el misterio más lejano,
porque está allí tan cerca, no se toca
con la carne mortal con que buscamos
allí, en la punta de los dedos,
la presencia invisible.
Teniendo una cabeza así cogida
nada se sabe, nada,
sino que está el futuro decidiendo
o nuestra vida o nuestra muerte
tras esas pobres manos engañadas
por la hermosura de lo que sostienen.
Entre unas manos ciegas
que no pueden saber. Cuya fe única
está en ser buenas, en hacer caricias
sin casarse, por ver si así se ganan
cuando ya la cabeza amada vuelva
a vivir otra vez sobre sus hombros,
y parezca que nada les queda entre las palmas,
el triunfo de no estar nunca vacías."
Espero que te guste. Muchas gracias, bienvenida al blog y hasta pronto. Un beso.
Gracias, Elena por permitirme la entrada a tu reconfortante blog y compartir conmigo este bello poema, después de un duro día, que mejor momento que leer algo así.
ResponderEliminarAntes de recordar a becquer, intentare leer !La regenta!. Alguien despertó en mi la curiosidad.
Un beso y gracias de nuevo
Querida Marisa:
EliminarMuchas gracias a ti por compartir con nosotros tus sensaciones con las lecturas y el interés que te han suscitado algunos títulos. Es un privilegio tenerte por aquí, contar con tu calor y tu refinado gusto por la literatura.
Bueno, pues para ti, este fragmentito de nuestra amiga, claro, "La Regenta", ahí va:
"Ana sintió que un pie de don Álvaro rozaba el suyo y a veces lo apretaba. No recordaba en qué momento había empezado aquel contacto; mas cuando puso en él la atención sintió un miedo parecido al del ataque nervioso más violento, pero mezclado con un placer material tan intenso, que no lo recordaba igual en su vida. El miedo, el terror era como el de aquella noche en que vio a Mesía pasar por la calle de la Traslacerca, junto a la verja del parque; pero el placer era nuevo, nuevo en absoluto y tan fuerte, que le ataba como con cadenas de hierro a lo que ella ya estaba juzgando crimen, caída, perdición.
Don Álvaro habló de amor disimuladamente, con una melancolía bonachona, familiar, con una pasión dulce, suave, insinuante... Recordó mil incidentes sin importancia ostensible que Ana recordaba también. Ella no hablaba pero oía. Los pies también seguían su diálogo; diálogo poético sin duda, a pesar de la piel de becerro, porque la intensidad de la sensación engrandecía la humildad prosaica del contacto.
Cuando Ana tuvo fuerza para separar todo su cuerpo de aquel placer del roce ligero con don Álvaro, otro peligro mayor se presentó en seguida: se oía a lo lejos la música del salón.
-¡A bailar, a bailar! -gritaron Paco, Edelmira, Obdulia y Ronzal.
Para Trabuco era el paraíso aquel baile que él llamó clandestino, allí, entre los mejores, lejos del vulgo de la clase media...
Se entreabrió la puerta para oír mejor la música, se separó la mesa hacia un rincón, y apretándose unas a otras las parejas, sin poder moverse del sitio que tomaban, se empezó aquel baile improvisado.
Don Víctor gritó:
-Ana ¡a bailar! Álvaro, cójala usted...
No, quería abdicar su dictadura el buen Quintanar; don Álvaro ofreció el brazo a la Regenta que buscó valor para negarse y no lo encontró.
Ana había olvidado casi la polka; Mesía la llevaba como en el aire, como en un rapto; sintió que aquel cuerpo macizo, ardiente, de curvas dulces, temblaba en sus brazos.
Ana callaba, no veía, no oía, no hacía más que sentir un placer que parecía fuego; aquel gozo intenso, irresistible, la espantaba; se dejaba llevar como cuerpo muerto, como en una catástrofe; se le figuraba que dentro de ella se había roto algo, la virtud, la fe, la vergüenza; estaba perdida, pensaba vagamente...
El presidente del Casino en tanto, acariciando con el deseo aquel tesoro de belleza material que tenía en los brazos, pensaba... «¡Es mía! ¡ese Magistral debe de ser un cobarde! Es mía... Este es el primer abrazo de que ha gozado esta pobre mujer». ¡Ay sí, era un abrazo disimulado, hipócrita, diplomático, pero un abrazo para Anita! ".
Una de las más grandes novelas jamás escritas y es nuestra, ¡casi nada! Espero que me perdones por no revelar nada sobre el desenlace, quizás más adelante... Después de haber leído más...
Muchas gracias, querida. Es un privilegio contar contigo, Un abrazo.